Formación Espiritual

Causa y Efecto, Acción y Reacción

“Teme a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre.” by Mayor Guillermo Di Caterina

Creo que cada uno de nosotros teníamos nuestras clases preferidas en la escuela — para algunos era las matemáticas, para otros las ciencias sociales, o la geografía, quizás la historia o las artes. Pero sin duda todos teníamos alguna clase que de solo saber el día que nos tocaba ya nos levantábamos de mal humor y deseando que la profesora nunca llegase a la escuela. 

En mi caso, la filosofía era una de esas clases que no le encontraba el sentido ni el propósito. Las horas en esas clases parecían triplicarse, las charlas de la profesora parecían interminables y los nombres de los filósofos parecían imposibles de recordar.

Pero mirando hacia atrás me doy cuenta de que la frase “El saber no ocupa lugar” es muy acertada. Uno de esos personajes con nombres complicados, fue el filósofo Aristóteles.

Siempre es bueno aprender cosas nuevas. Nunca faltara el momento de aplicar ese conocimiento en algún área de nuestras vidas.

Y más allá de nuestro interés en la filosofía o no, recordemos que el mismo rey Salomón, al que Dios usó para escribir varios capítulos de la Biblia, también reflexionaba y analizaba varios aspectos de la vida. Pasajes como el de Eclesiastés son una evidencia clara de esta realidad.

“Las palabras de los sabios son como aguijones. Como clavos bien puestos son sus colecciones de dichos, dados por un solo pastor. Además de ellas, hijo mío, ten presente que el hacer muchos libros es algo interminable y que el mucho leer causa fatiga. El fin de este asunto es que ya se ha escuchado todo. Teme a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre. Pues Dios juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en secreto” (Eclesiastés 12:11-14 NVI).

Pero volviendo a Aristóteles, él fue el que comenzó a reflexionar acerca de la relación entre causa y efecto. Sobre este concepto de causalidad de: “No hay efecto sin causa” y “todo efecto debe ser proporcionado a su causa”, se construirá toda la ciencia antigua, moderna y contemporánea. Esta línea de pensamiento explica que la causa es lo que ocasiona el efecto. Es lo mismo que a toda acción se le deriva una reacción.

Y aunque nos podemos preguntar en qué se relaciona esto con mi vida cristiana, déjenme decirles que le podemos encontrar una aplicación práctica y concreta en nuestro diario vivir. No estoy hablando de espiritualizar un análisis filosófico de un pensador que vivió hace unos cuantos siglos atrás. Me refiero a la realidad de la relación de causa y efecto que existe en nuestras vidas en cuanto a las enseñanzas que encontramos en las Escrituras.

El gran problema que a veces tenemos los cristianos es que queremos ver el efecto, pero no estamos dispuestos a aceptar la causa; queremos ver la reacción, pero no nos queremos comprometer a realizar ninguna acción.

En un sentido general podemos afirmar que todas las personas tienen dificultad en aceptar esta realidad en algún área de sus vidas. Por ejemplo, queremos rebajar sin dejar de comer, queremos mantenernos en forma sin hacer ejercicio. Queremos sacar A en nuestros exámenes sin tener que estudiar. Queremos que el dinero nos dure más, pero somos imprudentes al momento de usarlo. La relación causa y efecto no están en orden.

Esto también aplica a nuestra vida espiritual. Queremos la bendición, pero no estamos dispuestos a pagar el precio. Queremos prosperidad, pero no estamos dispuestos a darle a Dios lo que le corresponde. Queremos ver a nuestros hijos en la iglesia, pero no sacamos tiempo para estar con ellos. Queremos crecer espiritualmente, pero no estamos dispuestos a sacar tiempo para estar en Su presencia. Queremos un corazón y una mente pura, pero no estamos dispuestos a dejar de ver programas que nos contaminan. 

Queremos ver efectos, pero que mucho nos cuesta aceptar que la causa está en nuestras manos. Queremos ver una reacción, pero al momento de la acción claudicamos y nos conformamos a vivir en las mismas circunstancias que llevamos por años.

Hoy es un buen día para que apliquemos la relación causa y efecto, acción y reacción en nuestras vidas. Si profundizamos un poco en las Escrituras, encontraremos que muchas de las promesas que Dios tiene para nosotros están condicionadas a nuestra actitud frente a lo que Él nos pide.

Por ejemplo, leemos: “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida; ¿quién me asustará?” (Salmo 27:1 NVI). La confesión del rey David en este Salmo no es otra cosa que la relación causa y efecto manifestado en su vida.

¿Cuántas veces no hemos leído este Salmo buscando encontrar fortaleza y seguridad en los momentos difíciles de nuestras vidas? ¿Cuántas veces no hemos hecho propias estas palabras buscando sosiego y descanso en medio de las jornadas difíciles que nos tocan vivir?

Déjenme decirles que la Biblia no es una varita mágica. La Biblia no hace milagros; Dios los hace. La Biblia no nos liberta; Dios nos liberta. Hay que obedecer y vivir de acuerdo con Sus enseñanzas.

Debemos entender que para que Dios nos dé el valor de no temerle a nadie ni a nada, primero debemos hacer de Él nuestra luz y salvación. Para que nuestro espíritu se sienta lo suficientemente fuerte como para decir “¿A quién temeré?”, primero debemos reconocer a Dios como la fortaleza de nuestras vidas.

Entendamos este Salmo bien. Sin duda, Dios es luz, salvación, fortaleza y muchas otras cosas más. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Pero el que yo lo haga mi luz, mi salvación y mi fortaleza es una cosa diferente.

Esta es la causa que producirá el efecto que produjo en la vida de David. Él reconoció, confesó y declaro con su boca y con su vida lo que Dios era para él. Esto produjo el efecto en su vida que declara en el Salmo: “¿A quién temeré? ¿Quién me asustará?”

Su acción fue hacer de Dios su luz y su salvación, y eso produjo la reacción de vivir sabiendo que no le tenía que temer a nada ni a nadie. La acción de David fue reconocer que su salvación era Jehová de los ejércitos, y esto produjo la reacción de que nada ni nadie deberían atemorizarlo.

Estas no son meras palabras de un rey en un momento de éxtasis por causa de alguna experiencia espiritual. Esta es una confesión que sólo puede hacer una persona que ha decidido y se ha determinado a hacer de Dios su luz, su guía, su faro, su salvación, su primer y último recurso, su escudo, su fuerte, su castillo, su amigo, su consejero, su compañero, su sustentador — en definitiva, el centro y el todo en su vida.

¿Podemos nosotros hacer la misma afirmación que hizo David al escribir este Salmo? Quizás podamos memorizarlo, pero esto no necesariamente significa que sea una realidad en nuestras vidas — acción y reacción; causa y efecto.

Para poder proclamar esta verdad con propiedad y confianza, primero tenemos que reconocer que Él es nuestra luz. Él es quien nos guía. Él es quien dirige nuestros pasos. Él tiene la última palabra. En los momentos difíciles y también en la bonanza, en los momentos de tormentas y también en la calma, Él tiene control de nuestras vidas.

Pero esta es una decisión que cada uno de nosotros debemos hacer; nadie puede tomarla por nosotros. Dios anhela ser su luz y su salvación. Pero hay que dejar que Él lo sea. Reconocer su señorío en todas las facetas de la vida. Entregar a Él sin reserva. Confiar que lo que Su palabra dice es lo mejor para su vida. Descansar en Sus promesas.

¿Quiere estar en paz aun en medio de las dificultades? ¿Quiere sobreponerte a esas circunstancias que parecen irreversibles en su vida? ¿Quiere vivir una vida plena, de gozo, paz, seguridad y esperanza? Lo primero que debe hacer es reconocer que Él es su luz y su salvación. 

“Confía en el Señor de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos y él enderezará tus sendas. No seas sabio en tu propia opinión; más bien, teme al Señor y huye del mal. Esto infundirá salud a tu cuerpo y fortalecerá tus huesos.” (Proverbios 3:5-8 NVI)

Causa y efecto; acción y reacción.

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