El Primer Submarino
Mejor seamos obedientes y diligentes a cumplir con la voluntad del Padre.Un submarino es un tipo especial de buque capaz de navegar bajo el agua además de la superficie, gracias a un sistema de flotabilidad variable. El primer submarino fue construido en 1620 por Cornelius Jacobszoon Drebbel. Los submarinos fueron usados extensamente por primera vez en la Primera Guerra Mundial y en la actualidad forman parte de todas las armadas importantes. Submarinos nucleares pueden permanecer sumergidos por un año y medio.
Aunque estos datos son interesantes, en realidad el primer hombre que viajó en un “submarino” lo hizo mucho tiempo antes. Su nombre fue Jonás y el submarino que lo transportó fue diseñado por el mismo Ingeniero que creó el universo: Dios proveyó un gran pez.
“Pero Jehová tenía dispuesto un gran pez para que se tragara a Jonás, y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches” (Jonás 1:17 RVR1995).
Observemos algunas características de esta historia bíblica y reflexionemos acerca de nuestra propia vida y relación con nuestro Padre.
Jonás huye.
“Jehová dirigió su palabra a Jonás hijo de Amitai y le dijo: «Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y clama contra ella, porque su maldad ha subido hasta mí.» Pero Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, donde encontró una nave que partía para Tarsis; pagó su pasaje, y se embarcó para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová” (Jonás 1:1-3).
Jonás no sólo huyó en otra dirección. Planeó ir lejos. ¡Tarsis quedaba a más de 2000 millas de Nínive!
Los hombres huyen de Dios por una variedad de razones: fama, fortuna, placeres, rebeldía, desconfianza, y algunas veces sólo por puras tonterías. Pero nunca el alejarse de Dios es una decisión sabia, como lo veremos en el caso del profeta.
Jonás se alejó por el odio que sentía hacia los Ninivitas. Él consideraba que este pueblo no merecía la misericordia y el perdón de Dios; por eso huyó. Y el huir de la presencia de Dios lo llevó a estar en el lugar equivocado y con la gente equivocada. Cuando estas dos variantes son parte de nuestra vida, siempre habrá consecuencias.
“Pero Jehová hizo soplar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad tan grande que se pensó que se partiría la nave… Entonces el patrón de la nave se le acercó y le dijo: «¿Qué tienes, dormilón? Levántate y clama a tu Dios. Quizá tenga compasión de nosotros y no perezcamos” (Jonás 1:4, 6).
“Tomaron luego a Jonás y lo echaron al mar; y se aquietó el furor del mar… Pero Jehová tenía dispuesto un gran pez para que se tragara a Jonás, y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches” (Jonás 1:15, 17).
¡Tres días y tres noches navegando en el “primer submarino”, el gran pez, que en realidad fue su salvavidas, ya que de otra manera se hubiese ahogado en el mar!
Jonás, único pasajero… camarote sin vista al mar, sin servicio de cuarto, sin ducha, sin desayuno incluido, solamente algas, agua salada, oscuridad absoluta e incertidumbre acerca de lo que sería de su vida.
Pero en medio de su travesía subacuática, ¿qué hace el profeta?
Jonás ora.
“Entonces oró Jonás a Jehová, su Dios, desde el vientre del pez, y dijo: «Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó; desde el seno del seol clamé, y mi voz oíste»” (Jonás 2:1-2).
Aunque no estaba en su “mejor momento ministerial”, Jonás era un hombre que tenía una relación personal con Dios. Muy dentro de sí reconocía que Él era el único capaz de sacarlo de esta situación tan adversa.
Nunca pensemos que nuestra infidelidad nos descalifica para recibir la gracia y misericordia de Dios. Justamente de eso se trata la gracia. Es un regalo inmerecido, y de eso se trata la misericordia, de recibir lo que en realidad no merecemos.
El Rey David nos recuerda esta verdad de la siguiente manera:
“No ha hecho con nosotros conforme a nuestras maldades ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados, porque, como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen. Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Salmo 103:10-12).
Jonás físicamente se encontraba inmerso las aguas del mar. Pero a la misma vez estaba sumergido en el océano de la Gracia de Dios, ¡clamando y confiando que vería su salvación! Luego, Jonás hizo lo que debía desde el principio.
Jonás predica.
Interesante ver en este punto de la historia que en definitiva el profeta llegó a donde Dios lo había enviado originalmente. Fue de manera poco “convencional” ya que no atracó en el puerto y descendió del barco. Más bien llegó en “submarino” y fue literalmente vomitado en la orilla.
“Entonces Jehová dio orden al pez, el cual vomitó a Jonás en tierra” (Jonás 2:10).
El llamado de Dios en la vida de Jonás estaba intacto. Su huida e inesperada travesía submarina ya eran cosas del pasado. Era tiempo de cumplir con su propósito. Y así lo hizo.
“Comenzó Jonás a adentrarse en la ciudad, y caminó todo un día predicando y diciendo: «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!» Los hombres de Nínive creyeron a Dios, proclamaron ayuno y, desde el mayor hasta el más pequeño, se vistieron con ropas ásperas” (Jonás 3:4-5).
Una nación completa se salvó de ser destruida por Dios, gracias a la predicación de Jonás.
“Vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino, y se arrepintió del mal que había anunciado hacerles, y no lo hizo” (Jonás 3:10).
“¡Hay Jonás”, quizás nos decimos nosotros, “si sólo hubieras obedecido la primera vez! ¡Cuántos dolores de cabeza te hubieras evitado!” Por eso es justamente que debemos prestar atención a la Palabra de Dios: para no cometer nosotros los mismos errores.
Si Dios nos llamó a Nínive, no tenemos necesidad de llegar en “submarino” ni con olor a pescado. Mejor seamos obedientes y diligentes a cumplir con la voluntad del Padre.
El Mayor Guillermo DiCaterina es el oficial de cuerpo en el Templo de Queens en el Gran Nueva York.